Sábado 18 de noviembre de 2017, era un asoleado día primaveral en Concepción y las calles de la capital penquista amanecían teñidas de amarillo y negro. Una multitud interminable de apasionados hinchas de Arturo Fernandez Vial enfilaba hacia el Estadio Ester Roa, con la esperanza de que esa tarde se diera lo que todos esperaban, una victoria sobre Salamanca y el ansiado ascenso a la segunda división profesional. Ya en el estadio impresionaba el marco de público, que superaba las 20 mil personas. Y ojo que era un partido de la cuarta categoría (fútbol amateur). Es más, cualquier equipo de primera quisiera tener ese poder de convocatoria, nada que envidiarle a Colo Colo o la U. Pero lo que mas daba gusto era que, entre los espectadores, podían verse guaguas, niños, mujeres, matrimonios y abuelitos; una cruzada de varias generaciones siguiendo al equipo de sus amores. Un ejemplo que rescataba la esencia de lo que es el fútbol. Cuando el "Inmortal" entró a la cancha explotó el estadio, fuegos artificiales, serpentinas y papel picado saludaron al equipo, mientras la fiel "Furia Guerrera" no dejaba de saltar y cantar. El rito se prolongó después, con el despliegue de la gran bandera aurinegra, que se mostró orgullosa sobre las cabezas de los fanáticos. Estaba todo dispuesto para el vial juego. Pese a la tensión de los minutos iniciales el equipo poco a poco se fue soltando. mostrando un buen juego, en líneas generales. Todo cambió, eso sí, con la apertura de la cuenta, a los 30 minutos de juego, cuando Yerko García se despachó un zapatazo terrible, que dejó sin opción al meta visitante. El estadio por fin rugió de desahogo e ilusión, la luz comenzaba a verse al final del túnel. Así termino la primera etapa. La vuelta a profesionalismo Desde el primer minuto de la segunda fracción el equipo entró virado, se notó que querían cerrar esta sufrida etapa en la tercera división con un buen broche de oro. Y la verdad es que fue un festín de goles lo que se vino, un regalo especial para esa magnífica hinchada vialina, que vibró de alegría con cada una de las cuatro estocadas que cerraron el 5 por cero final. Joaquín Muñóz, a los 49; José Pizarro, a los 53; Jaime Cáceres, a los 60; y José Isla, a los 81 coronaron una tarde de ensueño e instalaron a Arturo Fernandez Vial de vuelta en el profesionalismo. Cuando faltaban pocos instantes para el final las emociones se hacían sentir en las graderías. Risas, miradas nerviosas y uno que otro llanto dibujaban el momento. Muchos, a lo mejor se acordaron de la sufrida y abnegada historia vialina, sí esa que partió en un lejano mes de junio de 1903, esa que vio al Vial como uno de los equipos fundadores de la Asociación de Fútbol Concepción. La misma que registro como la escuadra ferroviaria se alzó con el tricampeonato de la Copa Té Retampuro (1914-16) u aquella que la vio salir victorioso de varios de los recordados campeonatos regionales. Harta agua pasó bajo el puente, y también muchos momentos de gloria, como aquel 31 de octubre de 1981, cuando Hardy Perez anotó ese ya legendario gol a Deportes Laja, que significó el anhelado ascenso a la segunda división. Un logro que se repetiría, justo un año después, cuando el Vial subió a primera, trasformándose en el único equipo en Chile que ha logrado pasar de tercera a primera división, en tan solo dos años. Pero en esos instantes de éxito súblime lo más probable es que el vialino también haya encontrado el espacio para evocar aquellos momentos no ta buenos, esos en los que se "bailó con la fea", pero que también sirven para forjar el temple y sacar a relucir esa mítica garra. . Ahí están los descensos a segunda división, en 1984 y 1992, la derrota con Cobreloa en la final de la Copa Chile 1986, la lamentable caída a la tercera división en 2009 y finalmente, la división institucional que terminó con dos equipos en cancha en 2012. El final ya era inminente, la satisfacción era indescriptible, la Furia Guerrera entonaba sus tradicionales cánticos con el corazón hinchado y la emoción a flor de piel. Y ¡ya!, por fin, el pito del árbitro sentenció el partido y todo el estadio se fundió en una sola ovación. Está de vuelta un grande, uno que nunca ha querido morir y que hora ha resurgido de las cenizas, para seguir escribiendo sus historia gloriosa. Salud Vial, en buena hora. /HDF El Colo Colo campeón invicto de 1941 cambió para siempre la táctica en el fútbol chileno, con la introducción del famoso sistema inglés de la WM (inventado por el británico Chapman), que estrenaba la marcación individual sobe el adversario. Fue, sin duda, toda una revolución en el balompié local, liderada por el coach húngaro Francisco Platko, quien aprendió el método durante su estadía en el Arsenal de Lóndres, para luego traerlo a Sudamérica, donde sólo el equipo albo logró implementarlo a la perfección. Entre las claves del éxito del cacique de ese año sobresalen claramente cuatro aspectos:
1. Un sistema innovador y desconocido. La WM era un método eminentemente defensivo, por lo que su corazón estaba en el ordenamiento de la zaga. En esta zona del juego se distinguía a tres defensores: dos marcadores de punta y un zaguero central o “Half Policía”. Los dos primeros iban sobre los wings o punteros del rival, mientras que el zaguero centro marcaba sólo al centro delantero del equipo contrario. Un poco más arriba figuraban dos mediocampistas de quite y ataque, los que, por un lado, marcaban a los interiores izquierdo y derecho del oponente y luego, iniciaban la contra ofensiva para habilitar a los delanteros. Por último, la WM incluía a cinco atacantes netos que llegaban masivamente al área contraria. 2. Grandes jugadores Tan importante como el sistema fue la calidad e inteligencia táctica de los jugadores, de hecho la mayoría tuvo que aprender el método e incorporarlo lo más rápidamente posible. Salfate y Camus tuvieron que ser marcadores de punta (antes eran zagueros centrales); Pastene, un mediocampista clásico, tuvo que retroceder y convertirse en zaguero central; y Hormazábal y Medina, debieron desdoblarse para marcar y luego contra atacar. A lo anterior, se sumó la genialidad y talento de los cinco delanteros (Sorrel, Socarraz, Domínguez, Contreras y Rojas), cuya efectividad fue realmente letal (en la mayoría de los partidos anotaron tres goles como mínimo). 3. Trabajo duro fuera de la cancha Al sistema y los jugadores se agregaba una férrea disciplina en el trabajo de la semana, donde había especial énfasis en la preparación física (algo completamente inusual en esa época), ya que había que ser regulares en la marcación los 90 minutos de partido. En este sentido, los medio campistas (Hormazábal y Medina) eran los que se la llevaban más pesada, puesto que eran los encargados de marcar presencia en las dos áreas. Para ello los entrenamientos eran fundamentales, los que se hacían de manera sistemática, incluso con lluvia. 4. Un entrenador de jerarquía Finalmente, la cabeza e ideólogo de este brillante Colo Colo 1941, hablamos de Francisco Platko, fue vital en el logro del título. Su liderazgo e influencia en los jugadores fue total. Era un obsesivo y detallista, a sus dotes de gran entrenador, se agregaban -gracias a sus conocimientos-, las de preparador físico y paramédico. Nada quedaba a azar y siempre andaba preocupado de que las cosas se realizaran de la manera correcta. Y en el trato con los jugadores, era algo rudo y áspero, a veces, pero siempre justo. Al recordar la campaña, el equipo asimiló rápidamente el sistema de juego impulsado por el entrenador europeo y literalmente arrasó con todos sus rivales, obteniendo un 88 por ciento de rendimiento (30 puntos sobre 34 posibles, en 17 encuentros). Ganó trece partidos y empató cuatro (con Audax Italiano, Unión Española, Santiago Morning y Magallanes). Convirtió 59 goles, le marcaron 27 y su máximo anotador, Alfonso Domínguez, fue el goleador del torneo, con 17 tantos. Toda una hazaña que quedó guardada para siempre en la memoria del cuadro popular. /HDF Chile llegó al Mundial Sub 17 de Japón 1993 casi sorpresivamente, después de derrotar a su similar de Colombia, a principios de ese año, en el marco del torneo clasificatorio. Por eso, la misión del equipo de Leonardo Véliz pasaba por cumplir una actuación decorosa, que significaba básicamente acceder a segunda ronda. Si era mejor que eso bienvenido sea, el foco no era solo el resultado, sino que los chicos acumularan experiencia para futuros procesos. El debut ante China en Hiroshima no fue fácil, a los nervios del primer partido se sumaron las condiciones del rival que complicó a los chilenos por varios pasajes de los 90 minutos. Chile abrió la cuenta, pero los orientales empataron y luego se pusieron arriba en el marcador, situación que duro bastante, hasta que sólo en las postrimerías de la segunda etapa la rojita pudo emparejar las acciones y respirar un poco más tranquila. En el segundo encuentro con los africanos de Túnez, apareció el juego de Chile, con un circuito futbolístico que con el correr de los minutos comenzó a aceitarse cada vez más, en los pies de Tapia, Osorio, Neira, Lobos y Rozental. Se notó desde el inicio, con la apertura de la cuenta, a cargo de Tapia, y luego en el trascurso de todo el cotejo. Por eso no extraño a nadie cuando Manuel Neira se despachó una zurda arrastrada para vencer al golero tunecino y establecer el definitivo 2 a 0. El siguiente partido de la fase grupos, frente a Polonia, fue quizá uno de los más difíciles para el combinado nacional, ya que el rival salió decididamente a pasar por arriba de los chilenos. Los europeos estuvieron ganando en dos ocasiones (2-1 y 3-1), pero siempre primó la garra, amor propio y valentía de este grupo de muchachos, que lucharon con todo lo que tenían para sobreponerse a la adversidad y lograr el empate al final, justo premio a esa actitud fiera del equipo, que nunca se dio por vencida y que, unida a su talento futbolístico, permitía abrigar grandes esperanzas de lo que se venía por delante. Chile ya estaba en cuartos de final. Aparece el equipo El partido con la República Checa y Eslovaca fue perfecto, toda una sinfonía futbolística de estos chicos que esa madrugada de agosto deleitaron a los millones de chilenos que sacrificaron horas de sueño, para levantarse al alba y ver el partido por TV, desde la lejana Kioto. El equipo desbordó personalidad, talento e inteligencia sobre el campo de juego, moviendo la pelota con rapidez y a ras de piso, algo que fastidió mucho a los europeos. Los goles no tardaron en llegar, Rozental convirtió de penal, tras ser derribado por el portero, y Tapia se despachó un golazo de tijera, luego de aprovechar un rebote en el área rival. El descuento de los Checos y Eslovacos, casi al final del primer tiempo, no hizo mella en la psicología de la rojita, sino más bien profundizó convicciones y certezas. Y en el segundo tiempo, cuando el oponente mostraba algún grado de reacción surgió la clase del equipo para sentenciar la brega, a través de su goleador Manuel Neira, primero con un contragolpe fulminante, que definió como los grandes, con un derechazo cruzado; y después conectando una zurda potente, tras centro de Osorio. El equipo chileno sacaba pasajes para semifinales e ilusionaba a todo un país, con su talento y coraje. Así llegó el partido con Ghana, equipo de enorme calidad y condición física, que fue mucha exigencia para los nuestros. La derrota por un inapelable tres a cero fue justa, ya que si bien la rojita no hizo mal partido siempre se vio superada por los africanos, que desplegaron sobre la cancha el juego vistoso y ágil que habían mostrado durante todo el campeonato. Al final del partido, si bien había tristeza en los jugadores nacionales y su cuerpo técnico, también reinaba en ellos la alegría y satisfacción de haber logrado una campaña histórica para el fútbol chileno, donde experiencias como estas son escasas y especiadas en el tiempo. El triunfo ante Polonia por penales, en la disputa por el tercer puesto, ayudo un poco a dejar en el olvido la amarga derrota ante Ghana y mirar el lado positivo de esta inolvidable travesía por tierras niponas, que dejó como resultado un tercer lugar en un campeonato mundial de fútbol, algo que no se lograba desde hacía largos 31 años, cuando la roja adulta venció a Yugoslavia en 1962. /HDF El título de 1999 reencantó a todo el mundo azul y consolidó el proceso iniciado por el profesor Cesar Vaccia. Tranquilidad y unidad en el trabajo entre dirigentes-cuerpo técnico, más la mantención de gran parte del plantel de jugadores fueron algunas de las claves en el camino para enfrentar el nuevo campeonato 2000. Además, a todos convencieron las caras nuevas que se integraron al equipo, como Ronald Fuentes, Ricardo Rojas, Mauricio Aros y el argentino Diego Rivarola. Pero, a pesar de las altas expectativas iniciales el inicio del torneo sorprendió inesperadamente por lo irregular. El debut no fue bueno en el Chinquihue de Puerto Montt, donde el campeón rescató un pobre empate a uno. Y siete después, en el Nacional, los azules cayeron, por la cuenta mínima, con Cobreloa, resultado que despertó las primeras dudas. El problema ya se hizo evidente a la semana entrante cuando Palestino venció a los "Chunchos" por dos goles a uno, mostrando a un cuadro ansioso, y que no lograba encontrarse futbolísticamente en la cancha. Recién, en la cuarta fecha, los monarcas se acordaron que eran los defensores del título y vencieron 3 a cero a Everton, en Viña del Mar. Fue el partido bisagra y el fin del rodaje, ya que de ahí en adelante comenzó una racha implacable de 12 partidos sin conocer la derrota, con victorias determinantes ante la UC y Colo Colo, y dos goleadas fortificadoras ante Coquimbo (6x1) y Santiago Wanderers (6x0). La seguidilla sólo se cortó en la ronda 18, con Palestino, que volvió a vencer a los azules, ahora por tres tantos a uno. La caída con los árabes dolió bastante y, si bien, se ganó a Everton, en el partido siguiente, las cosas no mejoraron mucho, ya que luego el equipo se inclinó ante O´higgins, sembrando algo de inseguridad en las huestes universitarias. En esos momentos, apareció la fibra del campeón, sobre todo con el importante aporte anímico de los jugadores más experimentados como Sergio Vargas y Pedro González. A lo que se agregó la conducción de Vaccia, para sacar lo mejor del grupo. Y así, los resultados no demorarían en llegar, victoria inmediata sobre Huachipato; dos revitalizadoras goleadas por 6 a 1, frente a Santiago Morning y 5x2 a Osorno; y un emotivo 3 por uno con Colo Colo, que fue como la final anticipada del campeonato. A falta de seis fechas para el final del campeonato la diferencia que la U sacó sobre sus más cercanos seguidores (Cobreloa y Colo Colo) se hizo cada vez más inalcanzable, lo que coincidió con un cierto relajo del equipo. Es más a los azules solo les bastó con dos empates, con la UC y Coquimbo, para que a cuatro partidos del término pudieran matemáticamente coronarse bicampeones del fútbol chileno. Se terminaba así el ciclo brillante de Cesar Vaccia al mando de la Universidad de Chile, y la última estrella azul, en los denominados torneos largos, que registró un 68 por ciento de rendimiento (60 puntos en 30 encuentros). Un plantel sólido en todas las líneas y con un goleador de estirpe como Pedro "Heidi" González, que se convirtió en artillero del campeonato 2000, con 26 goles . /HDF Luego de las brillantes campañas de 1994-95 con Jorge Socías en la banca y Marcelo Salas rompiendo redes, la U había caído en una sequía de títulos. En 1996 sólo llegó en quinto lugar; al año siguiente finalizó en tercer y cuarto puesto; y el 98 obtuvo un doloroso subcampeonato, cuando Colo Colo se llevó la corona, por sólo un punto de diferencia. Este último hito motivó a que la dirigencia azul diera un golpe de timón en la banca, cambiando a Roberto Hernández por César Vaccia, quien hasta ese minuto venía trabajando en las divisiones inferiores. La expectativa era grande, pero el desafío aparecía altamente complejo, ya que por decisiones organizativas se había decido implementar uno de los torneos más largos de la historia, con 44 fechas divididas en una primera fase regular y un octogonal por el título. En ese escenario, era imprescindible contar con un plantel con recambio, y una buena preparación física, que permitiera a los jugadores afrontar esa extenuante seguidilla de partidos. El debut de los azules fue el 27 de febrero, en el Nacional, ante el difícil Cobreloa. Los universitarios ganaron por dos a uno, con goles del colombiano Mafia y de Rodrigo Barrera. Aunque no se jugó del todo bien, lo importante fue el triunfo, sobre todo si al frente estaba uno de los candidatos a la corona. A la semana siguiente vino otro apretón fuerte, esta vez el súper clásico con Colo Colo, donde el rodaje inicial pasó la cuenta. Los albos pasaron por arriba y terminaron imponiéndose pro un alevoso 5 por dos. La derrota caló hondo en el orgullo azul, tanto que ese día, en la amargura de la derrota, los jugadores se juramentaron que irían por el título. El mal rato con Colo Colo se pasa rápido, siete días después el equipo da cuenta de Puerto Montt, con tres goles de Rodrigo Barrera. Sin embargo la irregularidad se vuelve a notar en los partidos siguientes, se gana a Santiago Morning, en casa, pero se ceden puntos en las salidas a Las Higueras y Talca. Después de eso, el equipo parece tomar vuelo con tres victorias consecutivas, pero el empate a cero con la UC, frena el impulso, y las dudas vuelven a surgir al otro fin de semana, con el empate a tres ante Cobresal, en El Salvador. El cuadro azul juega bien, pero todavía faltan algunas pequeñas piezas por ajustar. Lo que viene, tras la paridad con Cobresal, es sencillamente espectacular y revela el despegue definitivo de un plantel que se convenció de que tenía las armas para ser el mejor. Fueron 13 victorias al hilo, incluyendo triunfos frente a Cobreloa, en Calama, y un 3 por cero a Colo Colo, que lavó las heridas de la goleada recibida en el inicio del torneo. Esta racha impresionante sólo se corta el 1 de septiembre, cuando la U empata a cero con la UC. Luego de eso, en los últimos cinco partidos de la primera fase, la U es un espectáculo a la vista, brindando encuentros de alto vuelo como el 5 a cero a Palestino, pero, sobre todo, el memorable 5 x 4 a O´higgins, donde el chuncho remontó un 4 a 2 en contra, en los minutos finales del match, toda una proeza de un elenco que ya tenía cara de campeón. Los números de esa primera rueda eran impresionantes: 75 puntos en 30 partidos (23 victorias, seis empates y sólo una caída), con un 83% de rendimiento. Fue tan buena la campaña de los azules que le sacaron 11 puntos de diferencia al equipo que llegó en segundo lugar (Cobreloa). Cae la décima estrella Tras la espectacular primera fase parecía hasta injusto que la U tuviese que jugar un octogonal para salir campeón. Pero bueno, eran las reglas del juego y había que aceptarlas. El mini torneo comienza para los laicos con otro empate con Universidad Católica. Tras lo cual se suceden tres victorias, un empate y una dura derrota con Cobreloa, en el Nacional. Las alarmas se prenden justo y en el siguiente duelo los azules se imponen a Colo Colo, en emocionante partido, con un solitario gol del peruano Flavio Maestri. Y siete días después la U se manda otro partidazo y vence a la UC por 3 a 2. A esas alturas el equipo transita con tranco de líder, lo demuestra con tres triunfos al hilo y dos empates. El título está asegurado, tanto que en la última fecha la U se da el lujo de perder con Colo Colo, por 3 a 0, ocasión que aprovecha para gritar que es campeón justo en la cara del archirival. Dulce final para un año redondo, en que la inteligencia táctica de César Vaccia logró plasmar un cuadro equilibrado en todas sus líneas, partiendo por un gran arquero como Sergio Vargas, quien estuvo secundado por una defensa sólida, con Pablo Galdames, Alex Von Schwdler y Rafael Olarra. A eso hay que sumar un medio terreno que combinaba sacrificio y calidad, con Clarence Acuña, Luis Musrri, Leonardo Rodríguez y Esteban Valencia; y una delantera desequilibrante con Flavio Maestri, el "Pollo" Arancibia y el gran Pedro "Heidi" González, goleador del equipo y segundo artillero del torneo, con 28 tantos. La alegría del mundo azul no terminaría ahí, ya que Vaccia mantendría la misma base para ir por un nuevo título al año siguiente. /HDF Ir a la segunda parte A principios de los años 30 Morning Star y Deportes Santiago eran dos equipos que luchaban por convertirse en grandes, en los albores del profesionalismo. El primero había sido fundado en 1907 por un grupo de muchachos del barrio Independencia, bajo el alero del sacerdote Rafael Edwards Salas; mientras que el otro se originó, en 1903, en el corazón de Recoleta, probablemente en el Liceo Santiago (hoy Valentín Letelier). En esos años, al igual como hoy, una de las alternativas para diferenciarse y tentar el éxito era la contratación de los codiciados jugadores argentinos. Así en 1935 el Santiago había traído a Salvador Nocetti, mientras que en los primeros meses de 1936 el Morning golpeaba la mesa al fichar al "Pibe de Oro", Florencio Vargas, proveniente de Boca Juniors. Cuenta la historia que el futbolista trasandino apenas cruzó la cordillera (en Los Andes) se encontró de improviso con los dirigentes del Santiago Florencio Romero y Raúl Pavéz, quienes gastaron buen tiempo en convencerlo de que desistiera de ir al Morning y aceptara la mejor oferta del Santiago. Los esfuerzos funcionaron y el rioplatense se cambió de equipo. Sin embargo pocas semanas después, más precisamente el 17 de abril de 1936, ambas instituciones decidieron fusionarse, dando vida al Santiago Morning. ante la sorpresa de Vargas que literalmente no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. El campeonato del 36 vio el debut del "Chago", un club en formación y que trató de rescatar lo mejor de los dos planteles fusionados. En todo caso, durante esa temporada "en rodaje" el equipo obtuvo un digno tercer lugar, entre un total de seis escuadras, lo que dejó conformes a los dirigentes. Sin embargo, al año siguiente, pese a ocupar el cuarto puesto (entre siete cuadros), el "Chago" marcó la diferencia con la contratación del oriundo de Copiapó Raúl Toro, promisoria figura que había sido desechada por Santiago Wanderers y Colo Colo. Toro, un jugador cerebral e intuitivo, se juntó de maravillas con el argentino Nocetti, formando una dupla fantástica que maravillaría a la hinchada bohemia. Ambos talentos afilaron sus armas en el torneo del 38 y especialmente en el del 39, cuando habrían salido campeones de no ser por el Colo Colo de los 100 goles, que los terminó aventajando por ocho puntos de diferencia. En 1940 el esfuerzo del año anterior hizo mella en el equipo, que tuvo un bajón en el rendimiento, que lo hizo acabar en el ante penúltimo lugar, lo que encendió las alarmas. Se estaba perdiendo la brújula, pese a contar con un gran equipo, que venía trabajando junto, desde hace varios torneos. La apuesta vuelve fuerte el 41, con la contratación de tres argentinos (Atteniesse, Scalamandré y Battistone), que participan en la única derrota sufrida por el brillante Colo Colo de Francisco Platko (encuentro amistoso previo al inicio del campeonato). Santiago Morning hace un magnífico torneo, pero no logra desbancar a los albos, que levantan su tercera estrella, de manera invicta. El segundo lugar duele. pero existe la convicción de que el sueño es posible, ahora más que nunca. El inolvidable 1942 Cuando comienza el nuevo año hay optimismo en los de Recoleta, el equipo es una gran familia, Los formados en casa ya asoman sus virtudes (Romo, Klein, León, Ruiz, Marín, Ellis y Casanova, entre otros), mientras que la dupla fantástica (Toro y Nocetti) está madura y atildada. Y a ello hay que agregar la aparición de una joven promesa como Humberto Astudillo, que se manda un partidazo en mayo, cuando el "Chago" golea a Colo Colo por 5 a 1, en el marco del torneo de apertura. Es la primera señal de que algo grande puede venir. Las tres primeas fechas del torneo oficial son esperanzadoras, se golea a Magallanes cinco por uno, luego cae Unión Española por tres goles a cero y finalmente se derrota a Colo Colo dos a cero. Los de la V negra ganan fácil, y más encima reciben pocos tantos. Pero la alegría no dura mucho, ya que a la semana siguiente el fuerte Audax Italiano se impone por dos a cero. Duele la caída ante los itálicos, ya que se pierde la punta, pero ese partido marca el punto de inflexión anímica que encamina hacia el título, De hecho Santiago Morning, de ahí en adelante, logra una racha de ocho victorias seguidas que fortifican de confianza al plantel. Y aunque el encuentro siguiente es derrota, ante Colo Colo, el equipo se repone y golea al Audax en el siguiente. A esa altura quedan cuatro fechas para el término y la ansiedad se comienza a notar, entre los jugadores, que esta vez no quieren dejar escapar la corona. Pero la incertidumbre se instala en los bohemios, con los tres sucesivos empates con Green Cross, la U y la UC. Ya no hay más margen, ya que antes de la iniciar la última ronda, el "Chago" lidera la tabla sólo por un punto, sobre Magallanes. Así, se llega al último duelo con Badminton, donde la consigna es ganar o ganar. Y vaya que se ganó, el equipo fue un torbellino de goles y buen juego, que decretaron un 4 a cero magistral y contundente, que aseguraba la primera estrella en la historia del club. La alineación que dio la vuelta olímpica esa tarde histórica del 8 de noviembre de 1942, en el Estadio de Carabineros, estuvo integrada por Marín, Rivas, Klein; Ruíz, Nocetti, León; Battistine, Casanova, Riveros, Romo y Astudillo. Todos bien conducidos por el coach argentino José Luis Boffi, otro técnico extranjero que levantaba una nueva copa. /HDF Es el 7 de diciembre de 1980, el antiguo Estadio Municipal de Calama y toda la ciudad minera están convulsionados con Cobreloa y su opción clara de levantar la copa esa tarde, en la última fecha del campeonato. Para eso el cuadro naranja sólo debe ganar a Lota Schwager, ya que la Universidad de Chile quedó un punto abajo en la tabla la semana anterior, con el polémico empate con los mismos lotinos, en Coronel. La efervescencia se palpa en las tribunas, donde el calor seco del ambiente desértico se junta con la emoción de miles de mineros de Chuquicamata, que ven como su equipo en casi cuatro años se ha transformado en protagonista de fútbol chileno. Comienza el partido y el nerviosismo se nota en los jugadores, la imprecisión y la ansiedad invade a los locales, aunque a medida que pasan los minutos se van sacando la presión. Los primeros embates loínos chocan contra la solvencia de la última línea de Lota, que aguanta bien parada. Pero esta seguridad defensiva se rompe a los 26, cuando Eduardo Jiménez sorprende al meta Hugo Grignafini, con un espectacular globito, que desata el delirio en las graderías. Tras el primer gol Cobreloa se calmó y comenzó a manejar mejor el partido, asomando muchas de sus grandes virtudes. Por ejemplo: la habilidad de Oscar Muñóz y Héctor Puebla, la pericia de Nelson Pedetti y el talento de Víctor Merello. Y si el primer iempo no trajo más conquistas quedó instalada la sensación de que el duelo ya era un mero trámite. A la vuelta de vestuarios lo que se vio en el césped del municipal de Calama fue un verdadero monólogo, con un cuadro minero en completa posesión de la pelota y con Lota literalmente "colgado del arco". Así, no extrañó que a los 13 Pedetti pusiera la segunda cifra y luego, a los 31, Ahumada sellara el triunfo de Cobreloa, ante la emoción incontenible de la hinchada local que gritó ¡¡¡¡Campéon!!!! más fuerte que nunca. El camino del primer título La ruta para conquistar la primera corona de su historia no comenzó fácil para los loínos, ya que a principios de año terminaba si ciclo como entrenador Andrés "Chuleta" Prieto, quien había armado el plantel desde cero, consiguiendo ascender al equipo a primera, en 1977, para luego transformarlo en aspirante al título en los dos años siguientes. Su lugar lo ocupó el uruguayo Vicente Cantatore, no sin la evidente resistencia de una parte de la hinchada, que no veía con buenos ojos el cambio de adiestrador. La promesa del nuevo técnico no es otra que la de salir campeón, para eso mantiene gran parte del plantel, aunque refuerza la parte posterior, con jugadores como Oscar Wirth, Juan Páez y Enzo Escobar; agrega una pieza multi funcional como Héctor Puebla; e incorpora a Oscar Múñoz en el tren de ataque. El equipo parte con alguna dudas el campeonato, pero tras un deslucido triunfo ante Wanderers y un mal empate con Audax, va encontrando el engranaje. En la tercera fecha vence por tres goles a cero a Coquimbo y en la sexta gana a la U, que será el gran rival del año. El invicto dura hasta la décima jornada cuando se cae ante O´higgins, en Rancagua. A esa altura el liderato del torneo se comparte con los azules, lo que será la tónica hasta fin del torneo. En los siguientes seis partidos de la primera rueda Cobreloa acumula tres victorias seguidas (una sobre la UC), pero luego tres empates consecutivos (lo que inquieta a la parcialidad loína). El amago de "crisis" se agudiza siete días después cuando el equipo es derrotado por Audax Italiano en Santiago, en el inicio de la segunda rueda. Se hace necesario ajustar piezas. Tras cuatro fechas sin ganar el plantel de Cobreloa siente la presión y lo peor es que pierde terreno en la tabla. Como puede, el equipo toma aire y vuelve a los triunfos, pero a poco andar sufre otra mini racha negativa con dos nuevas caídas (Aviación y Colo Colo) y dos empates. Es el momento de enmendar el rumbo, ya que caso contrario se puede ir el título, como agua entre las manos. Tras un momento de introspección y auto crítica el equipo se convence de que debe y puede alcanzar la gloria, lo que afortunadamente se logra plasmar en el campo de juego. Los naranjas no pierden más, hasta el final de la competición, demostrando entereza y convicción. Ayudó, eso sí, la irregularidad de la Universidad de Chile, que falló cuando no debía hacerlo, cediendo valiosos puntos en la lucha por el título. El partido ante Lota acaba de terminar y los jugadores de Cobreloa se funden en un gran abrazo con su técnico y le regalan la ansiada copa a los miles de hinchas que, nunca en la vida, olvidarán esa calurosa tarde de diciembre, esa en que el equipo de Prieto y Cantatore bajó la primera estrella en la historia. Esa donde el elenco de Calama se graduó de "grande" en el fútbol chileno. /HDF Era enero de 2000 y el calor de Londrinas en Brasil atentaba contra el buen juego de las selecciones sudamericanas que se peleaban los cupos para llegar a las olimpiadas de ese año en Sydney, Australia. Pese a todo, Chile no hacía un mal papel, se le había ganado a los uruguayos por un contundente 4 a 1, y luego el equipo había caído frente a los dueños de casa 3 goles a 1. El entrenador de la Roja, Nelson Acosta, que venía con el envión de Francia 98, estaba muy atento de este elenco pre olímpico, ya que de ahí debían salir varios nombres que pelearían un cupo en la selección adulta, de cara a las eliminatorias para Corea-Japón 2002. El desafío mayor llegaba en el encuentro final, ya que había que vencer a Argentina, para ir a los juegos. Y como nunca todo resultó frente a los trasandinos, ya que se jugó de igual a igual todo el partido, y en el minuto 86 Reinaldo Navia se mandó un gol de antología sacando pasajes para Oceanía. La aventura olímpica Siete meses después la Roja olímpica ya estaba en Australia, y tal como lo exigía la competición Chile llegó con un equipo sub 23 reforzado con tres jugadores de experiencia: el arquero Nelson Tapia, el defensa Pedro Reyes y el delantero Iván Zamorano. Lo bueno fue que el trío se acopló rápidamente al juego de los jóvenes, conformando un equipo muy competitivo. Eso se vio desde el inicio del torneo, más precisamente en el debut contra Marruecos, el 14 de septiembre, cuando el cuadro nacional apabulló al combinado africano por 4 goles a 1. Esa tarde Zamorano tuvo una actuación memorable, ya que se inscribió con los cuatro goles chilenos (dos de penal, un de cabeza y otro con un derechazo cruzado). Tres días después de la victoria inicial, Chile se enfrentó con la fuerte selección española, a la que venció brillantemente por 3 a 1, con goles de Rafael Olarra y Reinaldo Navia, en dos ocasiones. Se lució en esa jornada el volante chileno David Pizarro que volvió loca a la defensa hispana con sus amagues y enganches infernales. Aunque también destacaron con luces propias Rodrigo Tello y Reinaldo Navia. Con este triunfo la Roja olímpica clasificó a cuartos de final como líder invicto del grupo B, por lo que debía enfrentar a Nigeria. El 23 de septiembre frente las "Aguilas" nigerianas Chile brindaría otra demostración de buen fútbol, goleando por 4 goles a 1. La serie la inició Pablo Contreras, a los 16 minutos, con un impecable cabezazo, tras centro de Tello. Y un minuto después, el mismo Tello centró rasante y Zamorano conectó para el 2 a 0. La cuenta aumentó casi al final de la primera etapa, cuando Tapia sacó largo, peínó la pelota Zamorano y Navia la agarró llenita, para pegarle un derechazo seco y fuerte, que se coló en el arco nigeriano. En el segundo tiempo Chile bajó la intensidad, pero eso no impidió que a los 64, tras brillante pared entre Pizarro y Tello, este último anotara con un zurdazo fuerte y esquinado. El descuento final de Agali fue solo para la estadística y Chile se inscribió en semifinales, donde se vería las caras con Camerún. El choque con Camerún se produjo el 26 de septiembre, en Melbourne, ante 65 mil espectadores. Chile formó esa tarde con Nelson Tapia, en el arco; Cristián Álvarez, Pablo Contreras, Pedro Reyes y Rafael Olarra, en defensa; Claudio Maldonado, Patricio Ormazábal, David Pizarro y Rodrigo Tello, en el medo campo; y Reinaldo Navia e Iván Zamorano, en ofensiva. Los africanos comenzaron dominando los primeros 20 minutos, sobre todo con fuertes remates de media distancia que algo inquietaron a Tapia. Pero, a partir de ahí, los chilenos se fueron soltando y comenzaron a llegar, en los pies de Navia y Pizarro, que casi abrió la cuenta con un tiro de derecha. El marcador estaba en cero cuando los equipos se fueron al descanso, En el segundo tiempo Camerún entró con todo, y el hábil Etho tuvo de cabeza a la defensa chilena, durante los 10 minutos iniciales, de hecho, se perdió solo el que era el uno a cero para su selección. Sin embargo, tal como en el primer lapso, Chile encontró un nuevo aire desde el minuto 57, cuando Zamorano tuvo dos ocasiones casi seguidas para abrir el marcador. Y luego, Sebastián González se lo comió solo frente al arco, al igual que Maldonado, que arrancó en velocidad y remató pifiado cuando tenía a su lado a Zamorano o Pizarro, para descargar. En esas cuatro ocasiones Chile pudo haber ganado fácil el partido. En todo caso, la justicia llegaría en el 77, cuando tras un veloz ataque chileno uno de los defensores de Camerún mandó el balón contra su propia valla marcando el 1 a 0 para la Roja. Faltaban 10 minutos para el final y Chile se instalaba en la disputa por el oro. Solo había que aguantar un poco más. Lamentablemente, los africanos se fueron con furia sobre el arco chileno y la resistencia no tardó en doblegarse. A los 83, tras un rebote en el área nacional, Embomá empató con un bombazo que ni siquiera alcanzó a ver Tapia. Y a los 88 vendría el drama, porque Contreras le cometió penal al mismo Embomá, que transformó en gol Laurent. En pocos minutos el sueño se convirtió en tragedia futbolística, aunque la vedad es que la impericia y falta de efectividad de los jugadores chilenos fueron, a la postre, lo que impidió la clasificación al partido decisivo. Después de la batalla contra Camerún, Chile se enfrentó a Estados Unidos, por el bronce olímpico y tras un primer tiempo deplorable de ambos equipos, en el segundo período la selección despertó y se llevó el triunfo con dos goles del infalible Iván Zamorano, que se transformó en el goleador absoluto del campeonato. Así finalizó la aventura olímpica de Sydney para el fútbol chileno, que aunque registró una histórica primera medalla, dejó un gusto medio amargo por ese duelo con Camerún, donde se pudo haber hecho mucho más. /HDF En 1952, una de las grandes novedades del fútbol chileno es el flamante estreno de la división de ascenso, un campeonato pretendido por muchos y resistido por otros, que finalmente ve la luz, para imprimirle más competitividad y emoción al en ese entonces alicaído torneo local. Y la primera edición tiene como grandes protagonistas a Rangers de Talca y al recién creado Palestino, club que representa a la numerosa colonia árabe presente en el país. Ambos equipos realizan una gran campaña y llegan finalmente empatados a 28 puntos, por lo que deben ir a un partido único de definición, que se realiza en Rancagua. El duelo es infartante y el elenco tricolor vence 4 por dos, en tiempo complementario. La alegría es indescriptible entre los dirigentes, que ven como en pocos meses el sueño de jugar en primera es ya una dulce realidad. Pero la idea no era solo ascender, ahora lo que desean es tener un buen desempeño y ojalá ser animadores de la serie de honor. Al año siguiente los planes son en grande, y la billetera se abre para armar un gran equipo. Se trae a importantes figuras del medio argentino como Rubén Bravo y Roberto Coll, además de valiosos jugadores de otros cuadros chilenos, los que contribuyen a lograr una temporada notable. Junto a Audax Italiano terminan escoltando al gran Colo Colo de los hermanos Robledo, que finalmente se lleva la corona. Así las cosas, todo indica que el torneo del 54 puede ser el del batacazo, pero finalmente no es así, ya que Palestino registra una magra campaña que lo deja último en su grupo. Habrá que seguir insistiendo, puede que sea en 1955. El nuevo campeonato trae nuevos sueños y la dirigencia suma buenas caras al plantel. José "Pata" Fernández, Lorenzo Araya y Julio Baldovinos, entre otros, potencian al cuadro "Tino", que está listo para enfrentar el desafío, de la mano del técnico yugoslavo Milan Stefanovic. Y el debut no es el esperado, un aburrido empate a cero con Everton, en Viña, muestra que todo está aún en construcción. Después, viene el primer triunfo con Magallanes y otro empate frente a O´higgins, dos partidos que desnudan un equipo donde predominan los caciques y faltan los indios. Demasiado individualismo y poco sentido colectivo, lo que a la larga atenta contra la efectividad. Esto se hace patente en la cuarta fecha cuando ocurre la dolorosa derrota con la U, que marca un punto de inflexión en le campaña palestinista. Hay un antes y un después de ese encuentro, ya que de ahí en adelante se convierten en un cuadro aguerrido, goleador, difícil de doblegar y con una inagotable sed de gloria. Ya en la novena fecha, tras el triunfo sobre Santiago Wanderers, se hacen de la punta, la que nunca más cederán, y tras lo cual completan seis partidos ganados al hilo, entre fines de julio y comienzos de septiembre. A esas alturas, el equipo árabe gana, gusta y golea, transformándose en una máquina de hacer goles que va siempre hacia adelante, sin temor a que también le conviertan. Suma 91 tantos al final del torneo, igualando la marca de Colo Colo en 1939, y cuando faltan cinco fechas para el término ya puede gritar campeón, ya que le lleva 10 puntos de diferencia a los que le siguen (Colo Colo, Universidad de Chile y Everton). Muchos coinciden, por esos días, que el Palestino 1955 es el mejor equipo que ha participado, hasta esa fecha, en el fútbol chileno. Una escuadra virtuosa, donde reina el equilibrio y el buen trato del balón, con una columna vertebral que parte con Rodolfo Almeyda y Julio Baldovinos, dos verdaderos "patrones del área", que sigue con un conductor talentoso como Roberto "Muñeco" Coll, y que termina con un "asesino del gol" como Juan Manuel López. /HDF Cuando en 1972 Pedro Morales llegó a Las Higueras como flamante entrenador "Acerero", ya conocía a casi todos los jugadores, porque había sido el ayudante de Andrés "Chuleta" Prieto, en el período 1969-70. Durante esos dos años juntos, ambos habían armado buena parte de la estructura del equipo, pero, más que eso, habían sentado las bases de un funcionamiento colectivo, que, después, sólo se retomaría, para encauzarlo hacia el éxito, en 1974. Los inicios de un proceso Luego de obtener el título del ascenso, en 1966, los "siderúrgicos" tuvieron temporadas más que aceptables en sus primeros años en primera. En 1967 terminaron en un digno sexto lugar y al año siguiente, salieron cuartos en el Provincial y quintos en la Serie de Honor. Ya con Andrés Prieto en la banca, se jugó muy bien en los campeonatos provinciales (tercer lugar, por dos años consecutivo), pero no así en el torneo nacional, donde no alcanzaron a clasificar a las liguillas finales del 69 y 70. Después de cuatro torneos en primera, el objetivo de ser campeones no parecía un sueño imposible, es más, dirigentes y jugadores se propusieron el objetivo máximo, entendiendo que había una base de futbolistas que permitía tener fe en el proyecto. Sin embargo, la partida de Prieto y la llegada de Caupolicán Peña, en 1971, hipotecó, en parte, ese deseo, ya que el rendimiento del equipo decayó bastante, logrando sólo un doceavo puesto en la tabla de posiciones. En 1972, con Pedro Morales de vuelta en la dirección técnica, Huachipato vuelve a tomar aire y aunque finaliza en un octavo lugar, ya comienza a evidenciar signos de recuperación. Esto ya se ve, de manera concreta, en el torneo siguiente, en el cual es un claro protagonista, junto a Colo Colo, O´higgins y Unión Española (el campeón de ese año). Influyó notablemente en esa temporada 73 la gira que el club realizó a Centro América, que los pilló fuera de Chile el famoso día del golpe de estado. La fuerte experiencia vivida en el viaje los unió considerablemente como grupo humano, lo que naturalmente potenció el desempeño dentro de la cancha. De hecho, post gira, realizaron un brillante último tramo del torneo, propinando la única derrota al campeón, Unión Española, para luego rematar terceros en la tabla de colocaciones. El camino al cielo Después de un notable final de campeonato, en 1973, Huachipato mantiene su estructura y sólo se potencia con la llegada de los uruguayos Carlos Sintas y Hugo Riveros, más la incorporación de Daniel Díaz. Es que la base del equipo está ya hace rato, con Luis Mendy, custodiando los tres palos; Flavio Silva, Guillermo Azocar y Francisco Pinochet, en la defensa; Moisés Silva, Eddio Inostroza y Mario Salinas, en el medio; y Carlos Cáceres y Luis Godoy, arriba. Los jugadores se conocen de memoria y más encima los resultados ya están a la vista, por lo que el ánimo en Las Higueras está por las nubes antes de iniciar el torneo del 74. El inicio es prometedor, se gana por tres goles a cero a Deportes Concepción, pero a la semana siguiente, Palestino, el equipo sensación, propina una dolorosa derrota, lo que hace bien, ya que baja un poco los humos a los jugadores, quienes después de un buen trago de humildad retoman el rumbo con cuatro derrotas y un empate. Y cuando la confianza ya volvía Unión Española se cobra venganza del torneo anterior y vence a los de la usina por 3 a 1. Esta caída hiere el amor propio del equipo, que después de eso saca fuerzas de flaqueza y arremete con nuevos bríos, enfocándose en la obtención de la primera estrella. Tan fuerte es la determinación forjada en el dolor de la derrota con los hispanos que el elenco negriazul llega a completar trece fechas sin perder (once victorias y dos empates) realizando partidos de gran nivel, como las victorias frente a Colo Colo y Universidad de Chile. La senda del triunfo, se corta brevemente con Antofagasta y, después, sigue por cinco fechas más, hasta el 0-3 con Lota, que marca la nota de suspenso. En esos instantes el equipo siente el desgaste del campeonato y cuando parece que va a ceder, en su lucha por el título, retoma justo para probarse la corona, en ese agónico empate con Rangeres, en Talca. La gloria llega en aquel último partido con Aviación, ese histórico 2 de febrero de 1975, ante más de 20 mil personas, que colman el viejo Estadio Las Higueras. La emoción desbordada y la alegría incontenible invade a todos los integrantes del plantel huachipatino, a Talcahuano y a la región entera. Ha nacido el "Campeón del Sur". /HDF |