La epopeya de Montevideo. Entre octubre y noviembre de 1981 Cobreloa enfrentó el reto más grande de su corta historia. Y no era poca cosa, ya que debía enfrentar, en partidos de ida vuelta, por el grupo B de la segunda fase, nada menos que a Peñarol y Nacional de Uruguay, dos gigantes del fútbol sudamericano y poseedores de un rico historial copero. Los augurios no eran buenos, puesto que hasta esa fecha nunca ningún equipo chileno había salido victorioso del mítico pasto del Estadio Centenario A pesar de la historia en contra los pupilos de Cantatore venían con la moral alta, tras una primera fase brillante, donde no sólo habían mostrado calidad y buen fútbol, sino también inteligencia táctica para trabajar los partidos adversos, e ir en busca del resultado. El primer escollo fue Nacional, el 8 de octubre, un equipo duro como todos los uruguayos y con grandes y peligrosas individualidades como Morena, Cabrera y Morales. El primer tiempo respondió al libreto tradicional, primeros minutos de ataque frontal de Nacional y Cobreloa resistiendo a pie firma atrás. Quizá la excepción fue la aventura de Alarcon en los 8 que se atrevió a internarse en campo contrario y cuyo remate arrastrado se fue desviado por poco. El resto no fue mucho más, aunque en líneas generales no fue un buen período para los chilenos, ya que el equipo se vio algo errático e inconexo. Los locales tampoco brillaron y sus llegadas fueron bien controladas por la retaguardia loína. Todo cambió en los 45 finales, ya que Nacional abrió la cuenta a los 49 en una larga jugada que se inició con un saque de portería de Rodríguez y que terminó, en el otro arco, con un pivoteo de Morena y un zurdazo de Morales. Un gol extraño, pero que sirvió para remover a los chilenos que hasta ese minuto estaban sólo enfocados en defender el cero..También influyó en el cambio de switch la modificación que hizo Cantatore al sacar a Oscar Muñóz e ingresar a Héctor Puebla. El "Ligua" le dio otro aire al equipo, ya que aportó movilidad,.desborde y vértigo. Incluso fue el mismo Puebla el que abrió el camino del triunfo, a los 62 minutos de juego. Fue una gran jugada, ya que el talentoso lateral volante tomó la pelota en medio terreno y de forma sorpresiva sacó un ajustado remate que se coló en un rincón del arco de Rodríguez. El tanto de Cobreloa fue un golpe duro para Nacional y la escuadra chilena aprovechó el envión para seguir llegando con algún grado de peligro. Pero faltaban más sorpresas en la noche de Montevideo, ya que a los 86 minutos Merello habilitó con un preciso pase a Tabilo, quien desbordó por la derecha y centro hacia el otro costado, donde el balón llegó a los pies de Olivera, el que amagó de zurda y disparó de derecha -al primer palo- venciendo la resistencia de Rodríguez. En esos instantes las caras de los uruguayos lo decían todo, no lo podían creer, un equipo chileno desconocido se estaba llevando, en forma impensada, el botín completo desde la cancha del Centenario. Los últimos minutos fueron eternos para los hinchas naranjas, ya que Nacional se volcó sobre el arco de Wirth, que se transformó en figura consular en esos angustiosos momentos. Y de no ser por él, otra habría sido la historia, ya que a los 85 minutos tuvo una intervención brillante para taparle un feroz cabezazo a Wilmar Cabrera. Esa pelota era el tanto del empate para los locales, pero la providencia y los reflejos del arquero naranja hicieron que esa historia maldita esta vez no se repitiera. Tras el pitazo final los jugadores loínos se fundieron en un emocionado abrazo y no era para menos, habían conquistado el inexpugnable Centenario. Que pase el siguiente. Cinco días después Cobreloa se vio las caras con Peñarol, rival tanto o más complicado que Nacional. La estrategia del cuadro nortino pasaba por aguantar como fuera los primeros 15 minutos, para después motivar la desesperación de los aurinegros. Pero para eso también hubo que aguantar hartas penurias como el cabezazo de Rubén Paz a los siete minutos, que salvó milagrosamente Wirth. Dos minutos más tarde Juan Páez alcanzo a desviar un centro cruzado del mismo Paz, que casi fue autogol; y en los 15 lo tuvo Saralegui en inmejorable posición. Las opciones perdidas de Peñarol fueron creando confianza en el equipo chileno, así Soto y Páez potenciaban sus coberturas; en el medio, Alarcón y Jimenez ganaban todas las pelotas; Merello comenzó a manejar los ritmos; y Puebla era el comodín de todos.. Esto permitió bajarle las velocidades a Peñarol y mantener el cero hasta el fin del primer tiempo. Tras el descanso Peñarol lo tuvo en un tiro cruzado de Paz que salvó prodigiosamente una pierna de Hugo Tabilo. Después de eso Cobreloa se hizo aún más fuerte en defensa y los uruguayos nunca más llegaron con peligro, es más abusaron de los centros, lo que fue bien controlado por la dupla de centrales. Y cuando el partido ya expiraba y Cobreloa se conformaba con el empate vino la jugada del partido, esa que permitió la hazaña. En un rápido y vistoso contragolpe de Cobreloa, el defensa uruguayo Marcenaro derribó a Puebla, en un punto equidistante entre el área local y el centro del campo. Olivera tomó la pelota y se dispuso a preparar su tiro, había por lo menos 40 metros hasta la portería de Alvez, que infructuosamente pedía a su defensa que armara una barrera. El "Trapo" miró al arquero que se inclinaba sutilmente hacia su izquierda, y cuando sonó el silbato, le pegó con toda el alma al balón, el que se fue abriendo hacia la derecha del portero, al tiempo que daba algunos botes en el césped. Alvez se tiró tarde y su manotazo no sirvió de nada, ya que la pelota entró mordiendo el palo, desatando el júbilo de los cerca de 60 hinchas nortinos. Instantes después se acabó el partido, la hazaña estaba completa, aquel desconocido y humilde equipo chileno había logrado lo imposible, ganar en el Centenario a los dos grandes del fútbol uruguayo. Ir a la Tercera Parte. |