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Colección de Historias

Eliminatorias Suecia 58, un fracaso previsible

5/16/2020

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A mediados de 1957 no era buena la sensación de los hinchas y, en general del medio futbolero, respeto de la Roja de todos. Tras el sudamericano brillante de 1955 el equipo había caído en un bajón importante no sólo en el nivel de juego, sino también en el comportamiento de los jugadores. La mejor prueba de ello había sido la paupérrima y escandalosa participación de Chile, unos meses antes, en el torneo sudamericano jugado en Lima. Bajísimo rendimiento en la cancha (4 derrotas, un empate y apenas una victoria), divorcio entre dirigentes y jugadores por diferencias en las platas, y deplorable conducta de los futbolistas que se escaparon varias veces de la concentración, incluso en las noches, ante la pasividad y mal manejo del técnico José Salerno. Obviamente, ante tal situación varios nombres de la selección fueron duramente sancionados tras el sudamericano, incluso algunos de por vida, como fue el caso de Escutti, Cubillos y Carrasco. Claro que poco después el nuevo director técnico Ladislao Pakosdy solicitó que se levantasen los castigos, ya que no había más jugadores donde echar mano para armar un equipo competitivo.

Con ese contexto de telón de fondo la Roja tuvo que abordar el proceso eliminatorio para el Mundial de Suecia 1958. el desafío aparentemente tenía un lado amable y otro muy complejo, ya que había que partir jugando con la ascendente Bolivia, para terminar enfrentando a la Argentina, nuestra eterna "bestia negra".. La apuesta era tratar de sacarle el máximo de puntos a los altiplánicos para pelear la clasificación con los transandinos.. 

Lo fácil se pone difícil

El primer duelo se jugó el 22 de septiembre de 1957 en el Estadio Nacional, ante poco más de 37 mil espectadores. Un estadio con claros en las tribunas, signo claro de la desconexión de los hinchas con el equipo de todos. Y en la cancha las dudas de los fanáticos no tardaron en cobrarse realidad, ya que a la escuadra nacional todo le costaba en el campo de juego. Es que si bien se trataba de un equipo con experiencia y con jerarquía técnica no poseía la necesaria velocidad y chispa para marcar la diferencia. Algo que los bolivianos tenían de sobra, de hecho el cuadro visitante copó todos los sectores del mediocampo, con una dinámica vertiginosa que sorprendió a los chilenos. Con ese panorama los rojos no pudieron armar juego y menos hilvanar acciones ofensivas, lo que inclinó la balanza en favor de Bolivia, que se adueñó del ritmo del partido gracias a su encomiable despliegue físico, exigiendo al máximo a la férrea defensa chilena que soportó cuanto pudo los embates del rival. Aun así, a nadie extrañó que a los 36 minutos de juego, después de una falla sucesiva de Peña, Vera y Salazar; el puntero de los verdes, Ricardo Alcón, abriera la cuenta, después de puntear el balón, ante la tardía salida del portero nacional René Quitral. El júbilo de los bolivianos era indescriptible y, a la vez, la desazón chilena inimaginable. Pero todavía faltaba todo el segundo tiempo. 

En la segunda etapa el cuadro chileno salió virado, quizá por la dura reprimenda del técnico en los vestuarios. Además hubo un movimiento táctico que dinamizó al equipo, Jaime Ramírez se adelantó un poco y Enríque Hormazábal se estacionó en la punta derecha, donde más rendimiento tenía. Esto hizo que hubiese más conexión con Astorga y principalmente Robledo, quienes habían estado muy náufragos en los primeros 45 minutos.  A esta movida estratégica de Chile, se sumó el hecho de que los bolivianos no pudieron mantener la gran movilidad de la fracción inicial, por lo que la Roja encontró más espacios para construir juego. Y fue en esa dinámica que vino el empate de Guillermo Díaz (minuto 61) y poco más tarde el gol de la victoria, en gran jugada de Jaime Ramírez (67). Luego de eso Chile no pasó mayores zozobras y se quedó con el partido, aunque en el ambiente persistía esa inseguridad y duda respecto de las capacidades del equipo. 

Ahogo en la altura de La Paz

Una semana después (29 de septiembre de 1957) la selección viajó hasta La Paz para el duelo de revancha. Tarea nada de fácil no sólo por los 3.700 metros de altura, sino también por el nivel de la escuadra local que hartos méritos había hecho en el partido de ida. La estrategia esta vez estaba clara, todo partía de la solidez defensiva, ya que manteniendo el arco en cero se podría jugar con la desesperación de los locales y crear opciones de gol. 

Sin embargo, la teoría no conectó con la realidad, fundamentalmente por la improvisación en el armado de la escuadra chilena. Ocurrió que se paró un equipo que jamás había jugado junto y que por ejemplo exhibía una delantera con tres punteros izquierdos y jugadores con perfil más de organización que de ataque. Por su parte, en la defensa, las dos bandas sufrieron con la altura (Peña y Ortíz) lo que facilitó el tránsito frecuente de los aleros bolivianos. Cuento corto, los locales dominaron el juego y llegaron permanentemente al arco chileno, donde Quitral tuvo que extremar esfuerzos para soportar los ataque verdes. El premio para Bolivia llegaría a los 30 con la conquista de Ausberto García, tras vistosa jugada colectiva. Chile mantuvo el marcador hasta el final del primer tiempo y pudo haber tenido mejor suerte en un vistoso penal que le hicieron a Guillermo Díaz, quien tuvo que abandonar la cancha por una fractura en una mano. 

Ya en el periodo complementario la resistencia física de los chilenos parecía cada vez más comprometida, a causa del efecto de la altura, lo que alivianó aún más la tarea a los bolivianos. Pero, además, sorprendió la pasividad táctica de la banca chilena que no alteró un ápice la estrategia, que, por ejemplo, exigía a gritos reforzar la defensa. Así las cosas, los 45 finales se convirtieron en un monólogo en el que si no es por la actuación sobresaliente de Quitral y Torres otra habría sido la historia. Máximo Alcócer aprovechó las licencias de los agotados defensas chilenos para marcar el 2 a cero a los 70 de partido, tras lo cual Bolivia produjo muchas opciones de gol que no fueron concretadas por la impericia de los atacantes o por la atajadas del portero nacional. Ya casi al final del match Alcócer volvió a anotar estructurando el definitivo 3 a 0. 

La experiencia con los bolivianos dejó mas dudas que certezas, pero había que dar vuelta la página rápido porque 15 días después se venían los duelos con Argentina. Y esa sería una prueba inmensamente más dura, 

Lógica pura

El siguiente desafío de las eliminatorias fue el 13 de octubre en un imponente Estadio Nacional, con más de 40 mil almas. Había expectación en el medio no tanto por lo que pudiese hacer la Roja, sino más bien por lo que no pudiese realizar el rival, la temible Argentina dirigida por Stábile. Todo se debía al hecho de que la albiceleste había perdido su duelo en La Paz, lo que había abierto algún asomo de esperanza en la hinchada nacional. Sin embargo, ya en los primeros minutos de partido esa quimera chocó con la cruda realidad, ya que Chile de nuevo con una alineación y planteamiento inapropiado era un equipo pesado, lento, sin chispa y que sólo apostaba a la solidez de su retaguardia.

Chile no se vio tan mal en los diez minutos iniciales, fundamentalmente por su defensa, el problema estaba en el armado ofensivo, donde a Robledo y Díaz, pese a su labor infatigable. les costaba mucho urdir algún ataque. Pero la presión de la visita se volvió  cada vez más incesante, de hecho Quitral tuvo que extremar medidas en al menos tres ocasiones, gracias a los incisivos ataques de los punteros Conde y Menéndez.

Luego de ese sofocón las cosas se calmaron un poco y Chile tuvo un respiro en el partido, lo que coincidió  con la más claras ocasiones para los rojos: una fue salvada por Carrizo y la segunda malograda increíblemente por Meléndez. La jugada la inició Juan Toro, que se comió  el mediocampo para cederla a Guillermo Diaz, quien fue apilando rivales por la banda izquierda y antes de la línea de fondo envió un centro -a media altura- que encontró pasados a los defensas rioplatenses y a Robledo, quien inteligentemente la dejó pasar, sabiendo que un compañero venía por su espalda. La pelota le quedó mansa a Meléndez que venía corriendo por el otro lado, pero éste con el arco a disposición erró increíblemente el tiro, ante la incredulidad y desazón del público. 

El gol perdido caló hondo en las huestes rojas y, por el contrario, revitalizó las ganas argentinas. De hecho poco después, a los 40 minutos, tras un pase profundo de Labruna, Menéndez apareció como un rayo entre los defensores chilenos para abrir la cuenta, Fue un verdadero balde de agua fría para todos los chilenos presentes en el estadio. 

En la segunda etapa, el golpe anímico del gol inicial fue insuperable para los jugadores de la Roja, que sólo intentaron tibios ataques que siempre fueron bien neutralizados por la defensa argentina. Y para colmo, la lentitud y falta de velocidad del equipo nacional no ayudó en una hipotética levantada para ir en busca del empate. Es más sólo influyó para que ocurriera justamente lo contrario, ya que a los 62 minutos Conde se atrevió a pegarle, desde media distancia  y su tiro agarró un efecto endemoniado que se coló en la portería de René Quitral. A esa altura el partido ya dejó de existir, y sobre todo, minutos después,  tras la lesión de Arturo Torres, bastión de la retaguardia chilena. En los minutos finales lo único que se vio en la cancha fue la frustración de los rojos y actos de destreza individual de los visitantes. 

El golpe de gracia

El partido de vuelta se jugó el 20 de octubre de 1957 en el La "Bombonera" de Buenos Aires, el recinto de Boca Juniors, Y como era esperable para todos la selección argentina apabulló sin contemplación a la Roja. Fueron cuatro goles, todos en los primeros 45 minutos, que desnudaron todas las fallas y debilidades de la escuadra nacional y, de paso sepultaron nuestras aspiraciones mundialistas. La historia partió  mal literalmente desde el minuto uno, ya que tras el pitazo inicial, Corbatta aludió  a Astorga y dejó sin opción a Quitral. Chile intentó una reacción con un casi gol de Hormazábal y algunos intentos de Ramírez, pero rápidamente volvió la tromba argentina que entre los minutos 13 y 15  encajó dos goles más. El segundo fue un cabezazo de Menéndez y el tercero una entrada letal de Zárate.

A esa altura, con el partido ya prácticamente sentenciado, sólo había espacio para alardes individuales y algún que otro relajo de los argentinos, nada más, Pero faltaba un resto de humillación, ya que ates del descanso Corbatta fusilaría a Quitral en una veloz entrada de los locales, para ponerle el telón a la amarga jornada de la Roja. Lo que pasó en el segundo lapso, sólo da para el anecdotario, ya que ambos cuadros sólo  se dedicaron a especular esperando que  el reloj hiciera el resto.

Se cerraba así una de las más amargas eliminatorias de Chile y, con ello, se ponía fin a un proceso fallido y débil desde el inicio. Pero como después de la tormenta siempre sale el sol en los meses y años siguientes las cosas mejorarían para la Roja, principalmente con la llegada de Fernando Riera, que activaría una de las grandes y más fructíferas épocas de nuestro fútbol.  JM


  
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