![]() La tarde del domingo 16 de noviembre de 1997 el Estadio Nacional se veía esplendoroso y brillante, no sólo por el sol primaveral que había ese día, sino también por las casi 80 mil personas que llenaban el principal coliseo deportivo de Chile. La alegría y expectación desbordaban por todos los rincones del recinto ñuñoíno, del cual brotaban miles de banderas rojas. Todo estaba preparado para vivir una fiesta, como pocas, en la historia de nuestro fútbol. Se jugaba la última fecha de las eliminatorias para el Mundial de Francia 1998 y la roja recibía al débil combinado de Bolivia, que se mantenía en el penúltimo lugar de la tabla. Ganando la selección clasificaba directamente, ya que teníamos el mismo puntaje que Perú, pero superábamos ampliamente a los del Rímac, en la diferencia de goles. Los bolivianos no tenían nada que perder, y por rivalidad histórica no nos regalarían nada, eso estaba claro y se notó temprano en la cancha de juego, donde se podía leer su disposición defensiva y un esquema aprendido de los tiempos de Azkargorta. Chile, con la presión pegada al cuerpo, sufrió más de la cuenta, ya que no había movilidad en sus volantes. Esto hizo que la pelota deambulara en los pies de los altiplánicos, liderados por el "Diablo", Marco Antonio Etcheverry. En eso estaba el partido cuando, siguiendo una constante en todas las eliminatorias, Chile logró convertir cuando más mal lo pasaba. Minuto 24 y Sierra manda uno de sus pases con la mano, para que corra Rodrigo Barrera, quien supera el achique del arquero Carlos Truco y marca el uno a cero. Fue lo mejor que le pudo pasar a la selección, el gol descomprimió la presión en los jugadores que se fueron soltando y pudieron jugar con más tranquilidad. Eso quedó en evidencia casi al término de la primera etapa, cuando apareció la magia y el talento del "Matador" Salas, para dejar la cuenta 2 a 0. Fin de la primera parte y la sensación de alegría y satisfacción desbordaba el estadio, sólo faltaban 45 minutos para terminar con una larga espera de 16 años y tres mundiales vistos por la TV. El segundo lapso entra en el terreno casi de la anécdota, Chile jugando a placer y los bolivianos tratando de intentar algo que nunca sale. Más encima se ofuscaron lo que les costó tres jugadores expulsados. Pero faltaba la guinda de la torta para que la fiesta fuera completa, ya que a los 84 minutos Juan "Candonga" Carreño, que había entrado dos minutos antes, en reemplazo de Sierra, acierta un cabezazo largo y bombeado que se cuela en el arco de Truco. La tarea está completada, Chile vuelve a los mundiales, Francia 98 nos espera. Antes, la eliminatoria más difícil del mundo Pero para llegar a ese último partido lleno de emoción y alegría, antes tuvieron que pasar largos y desgastadores 19 meses, donde muchas veces hubo dudas y complicaciones, pero también certezas y claridad en lo que se estaba construyendo. Todo comenzó un 2 de junio de 1996 en Barinas, Venezuela, cuando en una actuación para el olvido, donde de no ser por un afortunado gol de Margas, en el último minuto, habríamos perdido el partido. El vergonzoso empate a un gol significó la salida del entrenador Xavier Azkargorta, que ponía un manto de duda a un proceso que recién comenzaba. El segundo encuentro con Ecuador supuso el desahogo de los jugadores y el reencuentro con la afición. Fue un contundente 4 a 1 en el Nacional, con dos goles de Zamorano, uno de Salas y otro de Estay, que llenaron de alegría esa noche del 6 de julio del 96. En la banca ya estaba Nelson Acosta, quien le imprimiría su acostumbrado sentido de lucha al equipo, lo que ayudaría mucho en los momentos difíciles. Esos que llegarían en la tercera fecha, cuando Colombia nos dio un baile de esos en Barranquilla, una sinfonía perfecta de los Valderrama, Rincón, Serna y Asprilla; que nos dejaron fuera de servicio por largos pasajes del encuentro. Chile, por momentos humillado, no tuvo poder de reacción ante la inmensa superioridad cafetera, lo que obligaba a volver a revisar el repertorio y ajustar varias piezas del sistema. La siguiente estación nos llevaba a Asunción, donde nos recibía el Paraguay de Chilavert, Gamarra, Arce y Acuña, rival complicado y que también estaba en uno de sus momentos de gloria. Tuvimos un rayo de esperanza con el tempranero gol de Margas, pero luego todo se fue diluyendo, ya que tras cartón Gamarra nos volvió a la realidad con un derechazo que batió a Ramírez. El equipo mejoró de ahí en adelante, pero se notaba aún herido por la goleada de Barranquilla, lo que le impedía llegar a su mejor nivel. Faltaba eso que hace la diferencia, aquello que cuando no está se traduce en gol en contra, tal como ocurrió en el minuto 63, cuando Rivarola aprovechó un rebote y la mandó al fondo del arco chileno. Las dudas seguían instaladas, había que mantener la serenidad y seguir trabajando el equipo. El 12 de octubre de 1996, en el marco de la sexta fecha, Chile lograría uno de los triunfos más importantes de este proceso eliminatorio, al derrotar por uno a cero a la difícil selección uruguaya. Ese día, en lo que muchos denominaron “el partido bisagra”, Chile se sobrepuso a la celeste en un duelo de dientes apretados y escaso margen de error, que se definió gracias a una genialidad de Marcelo Salas, en el minuto 60. La victoria, que era en extremo importante por la ubicación de la tabla, conectó definitivamente a la gente con este equipo, que, de ahí en adelante, brindo apoyo y aliento permanente. Y todo mejoró, aún más, en diciembre, cuando en una actuación notable la roja le sacó un empate a uno, a Argentina en Buenos Aires. La clave ese día fue que la selección jugo sin presión, sabiendo que si trabajaba bien el encuentro a lo mejor encontraba premio. Toda la responsabilidad estaba en el local que no encontró la manera para superar la zaga chilena, bien plantada sobre el pasto del Monumental de River. Y la ilusión llegó con ese perfecto tiro libre del ya desaparecido Fernando Cornejo, que batió al meta Cavallero, y que puso en ventaja a los rojos. Chile siguió de la misma manera y aunque el gol de Ortega equiparó las cosas, la sensación final fue de absoluta conformidad con lo que se estaba haciendo. El nuevo año 1997 nos pilló en la octava fecha y con la misión de ir a dar la sorpresa a Lima. Había fundadas expectativas, principalmente, por lo hecho en los partidos recientes. Sin embargo, existían también dos puntos clave: Los del Rímac debían ganar para seguir en carrera y Chile presentaba ausencias importantes como las de Salas, Fuentes, Castañeda y Chavarría. Cuento corto se improvisó una alineación y el experimento no funcionó, ya que Perú de la mano de Maestri, Solano y Olivares nos complicó de sobremanera. Y más encima, nos encontramos con un gol en contra a los 15 minutos de juego. Todo mal. Y pudo ser peor, ya que por algunos pasajes de ese primer tiempo fue casi baile, lo que coincidió con el segundo gol de Palacios, a los 34. Incluso, de no ser por la impericia de los locales no hubiese sido raro una goleada más abultada en esa primera parte. En los segundos 45 minutos Chile mejoró un resto, gracias a la entrada de Jorge Contreras y Pedro González, pero sólo alcanzó para el descuento del "Heidi". Así terminaba la aventura a Lima, que nuevamente hacía revivir algunos fantasmas. La primera rueda terminó el 12 de febrero en la altura de La Paz, con un revitalizante empate a uno, que fue la mejor presentación como visita de este equipo. Nelson Acosta jugo las cartas con inteligencia, ya que privilegió la aclimatación a la atura y dispuso la entrada a la oncena titular de varios jugadores de Cobreloa, acostumbrados a estos menesteres. Esto hizo que el equipo realizara un buen juego sobre la cancha del Hernando Siles, caracterizado por el correcto trato al balón y la seguridad en la tenencia. Y pese a que los bolivianos se adelantaron en el marcador, con el gol de Soria, no extrañó el empate chileno que llegó con ese zurdazo mágico de Pedro Gonzáles, en el minuto 41, un justo premio para una planificación bien pensada, por parte de la selección. /HDF Ir a la segunda parte |